sábado, 31 de enero de 2009

Confieso




Confieso que a veces me escondo, y tardo mucho en buscarme, porque sé que del fondo donde suelo encontrarme tengo que salir despacio.

Confieso que tengo un secreto, es un secreto a voces: siento a Dios desde hace tiempo, y confieso que ya no lucho, pero sigo siendo rebelde.

Confieso que siento sus besos en los besos de mis hijos, su amor infinito en los ojos de mis padres, en el recuerdo de lo que fuimos, cuando éramos todos los que recuerdo, su paciencia y su ternura cuando estamos la familia junta, su alegría en las canciones, su risa en mi risa.
Siento sus sonidos en las hojas del árbol por el viento mecido, en el trino del pájaro en la noche, en el vuelo de las alas de las moscas cerca de las frutas.
Siento su calor que no hace sudar, acogedor y cálido, siento su frío que no hace temblar, refrescante, transparente...siento su vibración en el aliento de vida de cada mañana, en la música que acompaña a mi alma, en las galaxias, en las estrellas, en la tierra de esta Tierra, en el agua generosa que de tantas fuentes mana

Confieso que entregué mi libre albedrío y creí que ya nunca más tendría que tomar decisiones...que todo lo que llegara a mí sería obra del destino que conjuga verbos con acciones.

Confieso que a veces me asusto, que tiemblo como una hoja de miedo, cuando leo las señales del cielo y compruebo sus indicaciones, mientras dentro de mí siento el manantial de la confianza que me regala promesas ciertas.

Confieso que confundo la ilusión con la magia, la realidad con los sueños,en la dimensión donde me muevo no existen espacio ni tiempo, que la pasión y el sufrimiento llaman a mi puerta cuando la ven abierta, y yo ya no tengo techo.

Confieso que me escondo cuando puedo, cuando la ira y la rabia se acercan las veo venir de lejos, las sonrío sin resuello porque ando atareada, aunque respiro tranquila cuando siento que he encontrado el escondrijo.

Y confieso que me escondo en lo más profundo de mi corazón, y aquí me siento protegida, en el latir incansable, a veces arrebatado de este corazón milagroso, que sin paredes ni techos me hace sentir invisible, sólo el puro ritmo de su latido, que algún día tendrá que parar, como máquina perfecta que es.

Confieso que no tengo prisa en la partida, y sospecho que para quedarme más tiempo tendré que hacer cambios de hábitos que sean más saludables. Lo recuerdo.

Confieso que seguiré el camino cada día más alegre, porque he encontrado que, a pesar de los pesares, es por este camino que encuentro las almas con las que resueno en un nivel de vibración que me acerca, me integra, a mi sensación de Dios.

Gracias infinitas por vuestra presencia en esta aventura que decidimos emprender, alguna vez, hace miles de millones de siglos.